Page 78 - La Era Del Diamante - Neal Stephenson
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y de piel inmaculada. Pero Tiffany Sue era una tete
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típica, gritona, sin clase y muy maquillada, y Hackworth
no podía soportarla. Si él tenía ojos para alguien, era para
las cariátides que sostenían las pesas; al menos tenían un
gusto impecable.
La señora Hull no le había oído y todavía andaba
medio dormida por su habitación. Hackworth puso un
bollo en el horno tostador y salió al diminuto balcón de
su piso con una taza de té, disfrutando un poco de la
brisa matutina del estuario del Yangtsé.
El edificio de los Hackworth era uno de muchos que
bordeaban un jardín de una manzana de largo donde
los madrugadores ya estaban paseando los spaniels o
tocándose los dedos de los pies. Más abajo, en la cuesta
de Nueva Chusan, los Territorios Cedidos se desperta‐
ban: los senderos salían de los barracones y se alineaban
en las calles para cantar durante su calistenia matutina.
Todos los demás tetes, apretados en los diminutos
enclaves pertenecientes a las phyles sintéticas,
activaban sus propios mediatrones para ahogar el de los
senderos, detonaban fuegos artificiales o rifles —nunca
había sabido distinguirlos— y unos pocos aficionados
3 La más humilde de las cuatro clases sociales en que Solón dividió a los hombres libres de Atenas. (N. del T.)
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