Page 178 - Marciano Vete A Casa - Fredric Brown
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una mano y la pasó varias veces delante de los ojos del


          hombre. El otro parpadeó y se quitó las gafas, se frotó pri‐


          mero un ojo y luego el otro, volvió a ponerse las gafas y


          siguió mirando al árbol.



            Luke  se  estremeció  y  siguió  caminando.  «Dios  mío  –


          pensó–, no puede verme ni oírme; no cree que yo esté aquí.


          Del  mismo  modo  que  yo  no  creo...  Pero,  maldita  sea,


          cuando le toqué él lo sintió, solo que... ceguera histérica.


          Me lo explicó el doctor Snyder cuando le pregunté por qué,


          dado que no veía a los marcianos, no podría ver al menos


          alguna mancha que mi vista no pudiera atravesar. Y él me


          explicó que yo..., al igual que ese hombre...»


            Había otro banco por allí cerca y Luke se sentó, volvién‐



          dose a mirar al de la barba, que seguía sentado en su banco,


          a unos veinte metros de distancia. Todavía sentado, toda‐


          vía mirando al árbol.


            «¿Mirando algo que no existe? –se preguntó Luke–. ¿O


          algo que no existe para mí, pero sí para él? ¿Cuál de los dos


          tiene razón? Él piensa que yo no existo, y yo creo que sí;


          ¿cuál  de  los  dos  está  en  lo  cierto  sobre  eso?  Bueno,  yo



          existo, eso es un hecho. Pienso, luego existo. ¿Pero cómo


          puedo saber que él está ahí? ¿Por qué no puede ser una


          creación de mi imaginación?»


            Un estúpido solipsismo, el tipo de divagación a la que


          casi todo el mundo se entrega en la adolescencia y de la que


          luego se recobra. Sólo que uno vuelve a divagar cuando él


          y el resto de la gente empiezan a ver las cosas de un modo


          distinto, o empiezan a ver distintas cosas.




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