Page 223 - Marciano Vete A Casa - Fredric Brown
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Se sentía solitario como un condenado después de aque‐
llas dos semanas de aislamiento. Y si podía imaginar que
llegaba Margie, y al imaginarlo hacer que apareciera, en‐
tonces sabría que podía destruir aquella barrera psíquica.
Lo haría con un brazo atado a la espalda, o con los brazos
rodeando la cintura de Margie.
«Vamos a ver –pensó–. Imaginaré que ella viene hacia
aquí en su coche, que ya ha pasado de Indio y que se en‐
cuentra a un kilómetro de distancia. No tardaré en oír el
coche.»
No tardó en oír el coche. Consiguió ir hasta la puerta ca‐
minando, sin correr, y la abrió. Podía ver el reflejo de los
faros.
¿Debería..., ahora...? No; esperaría hasta que estuviera se‐
guro. Ni siquiera cuando el coche estuviera lo bastante
cerca para pensar que podía reconocerlo; muchos coches
parecen iguales. Esperaría hasta que el coche se detuviera
y Margie descendiera; él, entonces sabría. Y en aquel mo‐
mentos supremo, pensaría: «Ya no hay marcianos». Y no
los habría.
Dentro de unos minutos, el coche llegaría a la cabaña.
Eran aproximadamente las nueve y cinco de la noche,
hora del Pacífico. En Chicago eran las once y cinco, y Ober‐
dorffer bebía su cerveza y esperaba que su supervibrador
subiera de potencia; en el África ecuatorial amanecía, y un
hechicero llamado Bugassi estaba de pie, con los brazos
cruzados, debajo del mayor hechizo nunca realizado, espe‐
rando que los rayos del sol lo tocasen.
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