Page 101 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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cuando vengo, amenazando de repente con arrancarme de mi

            asidero y arrojarme al río hediondo, aferrando mis alas; el aire

            grueso  y  petulante  me  advierte  que  no  me  vaya,  pero  me


            agarro  a  la  techumbre  con  mis  zarpas  y  dejo  que  las

            vibraciones sanadoras pasen por la mente de Grimnebulin y

            se viertan a través de la maltrecha pizarra hasta mi pobre


            carne.

                Duermo en viejas arcadas bajo los raíles atronadores.


                Como  cualquier  cosa  orgánica  que  no  pueda  acabar

            conmigo.

                Me oculto como un parásito en la piel de esta vieja urbe,


            que estornuda y arroja flatulencias, que ruge y se rasca, que

            crece como un cáncer pugnaz a medida que pasan los años.


                A veces trepo a lo alto de las inmensas, gigantescas torres

            que  horadan  la  piel  de  la  ciudad  como  las  púas  de  un

            puercoespín. En ese aire más liviano, los vientos pierden la


            melancólica curiosidad mostrada en el suelo. Abandonan su

            petulancia  de  segundo  piso.  Agitados  por  las  torres  que

            huyen de la hueste luminosa de la ciudad (el blanco intenso


            de  las  lámparas  de  carburo,  el  rojo  bruñido  de  la  grasa

            prendida,  la  sebosa  y  frenética  llamarada  parpadeante  del

            gas, todos ellos anárquicos guardianes contra la negrura), los


            vientos se regocijan y juegan.

                Soy capaz de hundir mis garras en el borde de la corona de


            un edificio y extender los brazos para sentir las acometidas y

            la  lluvia  de  aire  embravecido,  y  puedo  cerrar  los  ojos  y




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