Page 1012 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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El conductor esperó a que hubiera un respiro en el

            tráfico  y  entonces  giró  a  la  derecha  y  entró  en  un

            pequeño patio. Ya no podían ver el bulevar, pero sus


            sonidos  seguían  rodeándolos  por  todas  partes.  El

            carromato se detuvo frente a un alto muro de ladrillos

            de color rojo intenso, desde detrás del cual les llegaba


            un  exquisito  aroma  a  madreselva.  Sobre  el  muro

            asomaban en pequeños racimos la hiedra y la flor de la


            pasión,  agitados  por  la  brisa.  Eran  los  jardines  del

            monasterio  Vedneh  Gehantock,  atendidos  por  los

            disidentes cactos y los monjes humanos de esta deidad


            floral.

                Los  cuatro  hombres  descendieron  de  un  salto  del


            carromato y comenzaron a descargar herramientas y

            fardos de pesado cable. Los transeúntes pasaban a su

            lado, los observaban un momento y los olvidaban.


                Uno de los hombres sostuvo el cable en alto contra el

            muro  del  monasterio.  Su  compañero  levantó  una

            gruesa abrazadera de hierro y un martillo, y con tres


            golpes rápidos lo ancló al muro el extremo del cable, a

            casi dos metros y medio de altura. Los dos siguieron

            adelante, repitieron la operación tres metros más hacia


            el oeste y luego una vez más, moviéndose a lo largo de

            la pared a cierta velocidad.


                Sus movimientos no eran furtivos. Eran funcionales

            y discretos. Los martillazos no eran más que otro ruido




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