Page 222 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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cubrió la nariz y la boca con un pañuelo y trató de no
dar arcadas por el pútrido y pesado hedor de la sangre
y la carne caliente.
Al fondo del lugar vio a tres hombres reunidos bajo
el arco abierto que había visto desde la calle. En aquel
lugar siniestro y mefítico, la luz y el aire de la Perrera
que se filtraban desde arriba eran como lejía.
Ante alguna señal inadvertida, los tres matarifes se
incorporaron. Los porqueros en el callejón habían
conseguido capturar a uno de los animales, y entre
maldiciones, gruñidos y otros terribles sonidos
arrojaron su enorme peso por la abertura. El cerdo
chilló al hundirse en las tinieblas, rígido por el terror al
caer sobre los cuchillos que lo esperaban.
Se produjo un enfermizo crujido cuando las
pequeñas y rígidas patas del puerco se rompieron
contra el suelo, cubierto de sangre y defecaciones. Se
derrumbó con las patas sangrando por las astillas de
hueso, gazmiando y aullando, incapaz de incorporarse
para luchar. Los tres hombres avanzaron con precisión.
Uno se inclinó sobre las ancas del cerdo en caso de que
se revolviera, otro le tiró de las orejas para alzar la
cabeza y el tercero le abrió la garganta con el cuchillo.
Los chillidos remitieron rápidamente con los
borbotones de sangre. Los hombres levantaron la
enorme y convulsa masa y la depositaron en una mesa,
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