Page 415 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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podía sentir el ocaso. Tembló y flexionó su carne casi
acabada. En su icor, en los derroteros de su cuerpo,
comenzó una última batería de reacciones químicas.
A las seis y media, un débil golpe en el exterior
interrumpió a Lublamai, que alzó la mirada para ver a
Teparadós en la callejuela, frotándose la cabeza con el
pie prensil. El draco miró a Lublamai y exclamó un
grito de bienvenida.
— ¡Señor Lublub! ¡Hacía mis rondas, vi el rojo...!
—Buenas noches, Teparadós. ¿Quieres pasar? —Se
apartó de la ventana para dejar entrar al draco.
Teparadós aleteó hasta el suelo con un movimiento
pesado. Su piel rojiza era hermosa bajo los últimos
jirones de luz que reflejaba. Sonrió a Lublamai con su
alegre y espantosa expresión.
— ¿Cuál es el plan, jefe? —gritó. Antes de que
Lublamai pudiera responder, miró a Sinceridad, que lo
observaba indecisa. Extendió las alas, sacó la lengua y
le hizo una mueca. El animal se escabulló disgustado.
Teparadós rió escandaloso y eructó.
Lublamai sonrió indulgente. Antes de que el draco
tuviera otra ocasión para despistarse, lo empujó hacia
la mesa donde esperaba la lista de la compra. Le dio un
trozo de chocolate para concentrar su atención en el
trabajo.
Mientras discutían sobre cuántas verduras podía
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