Page 442 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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otro, con los ojos vidriosos y vacíos, su respiración
irregular y un hedor a limón mohoso. El hombre tenía
los pantalones y los calzoncillos bajados hasta los
tobillos y exponía su pene arrugado. La ropa de la
mujer (la falda estaba equipada con el subrepticio corte
que muchas prostitutas empleaban para acabar rápido
el trabajo) estaba intacta. Cuando no consiguieron
reanimarlos, uno se quedó con los cuerpos mudos
mientras el otro se perdía en las tinieblas. Los dos se
habían cubierto la cabeza con capuchas oscuras.
Un poco después, un carruaje negro apareció tirado
por dos enormes caballos. Eran rehechos con cuernos y
colmillos que relucían babeantes. Una pequeña tropa
de soldados uniformados desembarcó y, sin más
palabras, introdujeron a las víctimas comatosas en la
oscuridad del vehículo, que desapareció a toda prisa
hacia la Espiga que se alzaba en el centro de la ciudad.
Los dos hombres quedaron atrás, esperando hasta
que el carruaje desapareció sobre los adoquines del
laberíntico distrito. Entonces escudriñaron a su
alrededor, reparando en las débiles luces procedentes
de las fachadas traseras de los edificios, en las paredes
derrumbadas o en los delgados dedos de los árboles
frutales en los jardines. Satisfechos de que nadie los
observara, se quitaron las capuchas y volvieron a meter
las manos en los bolsillos. Se fundieron al instante en
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