Page 973 - La Estacion De La Calle Perdido - China Mieville
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hasta que la monja la había visto y había comprendido
lo que se esperaba de ella y había extendido su mano.
Entonces Derkhan había vertido los billetes y el polvo
de oro y las gastadas monedas sobre ella.
Toma esto, había dicho con voz temblorosa y
cuidadosa. Señaló vagamente por toda la sala, a las
figuras gimientes de las camas. Compra láudano para
ese y calciach para ella, había dicho Derkhan, cura a ese
y pon a dormir en silencio a ese otro; haz que uno o dos
o tres o cuatro de ellos vivan y haz más fácil la muerte
para uno o dos o tres o cuatro de ellos, no lo sé, no lo
sé. Tómalo, hazle las cosas un poco más fáciles a
cuantos de ellos puedas, pero a este, a este debo
llevármelo. Despiértalo y dile que tiene que venir
conmigo. Dile que puedo ayudarlo.
La pistola de Derkhan tembló, pero la mantuvo
vagamente apuntada a la otra mujer. Cerró los dedos
de la monja alrededor del dinero y observó cómo se
arrugaban y abrían sus ojos de asombro e
incomprensión.
En lo más profundo de su interior, en aquella parte
de sí que todavía era capaz de sentir, que no podía
acallar del todo, Derkhan había sido consciente de una
quejumbrosa defensa, de un argumento de
justificación: ¿Ves?, sentía que estaba diciendo. ¡Nos
llevamos a este, pero mira a cuántos salvamos!
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