Page 29 - El Ladrón Cuántico- Hannu Rajaniemi
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La superficie de una de las paredes curvas funciona a
modo de espejo, y me miro la cara en ella mientras
paso por las indignas pero necesarias funciones
corporales. Algo anda mal. En teoría, todo es
exactamente correcto: los labios, los ojos de Peter
Lorre (según los describió una amante, hace siglos),
las concavidades de las mejillas, el pelo corto, un poco
ralo y agrisado, como me gusta llevarlo; el cuerpo
huesudo y anodino, en razonable buena forma, con su
mata de vello en el pecho. Pero no puedo evitar
parpadear mientras observo ese rostro, como si
estuviera ligeramente desenfocado.
Lo peor de todo es que una sensación parecida anida
dentro de mi cabeza. Intentar hacer memoria es como
palpar un diente suelto con la lengua.
Tengo la impresión de que me hubieran robado algo.
Ja.
Me distraigo contemplando el paisaje. Mi pared posee
el aumento suficiente para mostrar la Prisión de los
Dilemas a lo lejos, un toro adiamantado de casi mil
kilómetros de diámetro que, visto desde este ángulo,
se semeja a un reluciente ojo de pupila rasgada
rodeado de estrellas que estuviera observándome
fijamente. Trago saliva con dificultad y aparto la
mirada.
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