Page 205 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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                Se le habían hinchado las manos en la bajada, de modo

         que ahora estaban hormigueantes y tensas, y la izquierda le


         ardía  en  torno  al  anillo.  Los  pies  aún  le  dolían;  tenía  los

         dedos  machacados  y  sospechaba,  por  una  punzada  más

         aguda y localizada, que una de aquellas esquirlas de vidrio

         le debía de haber atravesado la suela de la zapatilla.



                Las ondas debajo de la cascada parecían frías. Saltó el


         arroyuelo rocoso —ahora que discurría por la superficie en

         vez de por lo hondo de un barranco era fácil— y cojeó hacia

         el charco, con muecas de dolor.



                Los cuervos vienen al amanecer, con los ojos brillantes

         (¿cómo  pueden  unos  ojos  negros  parecer  brillantes?)  e


         inteligentes. Los comederos están diseñados para que solo

         pueda comer un pájaro cada vez, y para que la vean. Riñen

         y se dan picotazos, pero no en serio y, en cierto modo, se


         turnan:  uno,  después  de  haber  comido,  se  retira  de  la

         incómoda presencia del cercano investigador y el siguiente,

         hambriento, se abalanza hacia dentro.



                Cuando suben al comedero para picotear el maíz molido

         que ella les echa por el protector de plástico que la separa de


         los  pájaros,  los  cuervos  observan  su  rostro  con  atención.

         Establecen contacto visual. Inclinan las cabezas.



                Sabe que no es muy científico, pero empieza a creer que
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