Page 203 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         un suspiro, avanzando fatigosamente.



                Cosas que ella no dice en respuesta: «Pues anda que tú».



                Se muerde el labio. Asiente.



                Está intentando salvar su matrimonio.



                Y además él lleva razón. Debería volver a correr.



                Alguien había puesto una fina cuerda (apenas un trozo

         de hilo de tender, nada que fuera a evitar una caída grave)


         por las partes más escarpadas y fangosas del final de la pista.

         Dagmar la usó para sujetarse al bajar, con cuidado de no

         descargar demasiado peso en ella. Para entonces ya oía el

         rumor de las olas… y algo más. Agua, sí, pero no el agua


         que corría en el lecho rocoso del río, ni el siseo del agua entre

         los granos de arena. Era agua que caía.



                Rodeó el extremo del barranco, que ahora se alzaba con

         imponencia  treinta  metros  o  más  hacia  la  cima  de  un


         precipicio salpicado de arbustos dispersos, y se encontró en

         una gruta.



                Una  estrecha  cascada  se  precipitaba  temblorosa  de  la

         cima  del  acantilado  sobre  arena  compacta  y  mojada,


         titilando como una cortina de cuentas en la oblicua luz de la

         mañana. La espuma salpicaba los exuberantes cortinajes de
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