Page 55 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         podía trabajarse con facilidad.



                Mientras  el  elefante  viajaba,  Nilufer  trató  con  el

         emisario. Sabía que la observaba con ojos calculadores, pero


         no pensaba que fuera codicioso. Más bien sospechaba que

         quizá esta vez el tributo exigido sería algo más que mero oro

         y piedras, y el corazón le latió más fuerte debajo de la fresca

         seda verde de sus vestiduras. Aunque un torrente de sangre


         le ardió en los oídos se sentía tan fría como la seda o como

         las joyas pulimentadas por los taludes.



                El  elefante  cubrió  la  distancia  con  rapidez.  Más

         temprano  que  tarde  llegaron  al  lugar  del  sacrificio  y  los

         sirvientes que los habían seguido en asnos levantaron tortas


         y granizados y los pusieron sobre la alfombra que cubría el

         lomo del elefante.



                A pesar de su tamaño y su fuerza, la matanza del talud

         resultó  fácil.  Podían  atraerlos  de  un  sitio  a  otro  dejando


         rastros de antracita en polvo mezclada con aceite mineral;

         los pastores de taludes usaban la misma mezcla para dirigir

         sus cargas a las caras de las rocas que querían minar. Y así

         la bestia escogida para el sacrificio era guiada a la superficie


         y separada de las demás. Un maestro cantero, con un oficial

         y dos aprendices, se acercaba al talud mientras este pastaba

         y  calculaba  la  ubicación  de  algunos  puntos  anatómicos
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