Page 53 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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—Temel.
—Para servirla, alteza.
Las plumas de la flecha se agitaron con el aliento de
Nilufer. Él retrocedió y ella se adelantó. El arpeo rechinó
sobre la piedra y, antes de que ella se diera cuenta, el
bandido estaba ya sobre el alféizar y luego bajando, casi en
silencio salvo por el aleteo de la escurridiza seda blanca.
Nilufer se acercó a la ventana y se quedó allí parada, con
la cuerda del largo arco de roble blanco cerca de su nariz y
de sus labios de capullo de rosa, el brazo izquierdo firme,
los músculos de su brazo derecho flexionados hasta marcar
los tirantes tendones bajo su piel. La luz de la luna argentaba
cada pelo erizado de su ebúrneo cuerpo como escarcha
sobre el velloso tallo de una planta. La punta de la flecha
siguió al príncipe bandido hasta que desapareció entre las
sombras de las montañas. Solo entonces Nilufer relajó el
arco, dejó la flecha en el carcaj —las mujeres seguían
durmiendo— y se agachó para coger el pájaro de papel.
Un papel rojo, rojo como la sangre, resbaladizo y tan
duro que crujía en los pliegues. En las alas, con tinta negra,
estaba escrita la palabra mágica para «huida».
Soplándose los dedos, escocidos de sostener la flecha

