Page 52 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         que las mujeres hacían con los hombres, pero ella era una

         princesa y él solo un bandido. Señaló con la mirada detrás


         de su hombro, al caballete junto a la ventana en el que se

         extendía un trozo de papel para que se secara durante la

         noche. El resultado de los esfuerzos del día —el ideograma

         para «cimientos»— estaba dibujado con unos trazos mucho


         más firmes que los que habían formado la palabra «amor».



                —Quiero ser bruja, una bruja y no una reina. No deseo

         ser amada sino sabia. Dile a tu señor de los bandidos que si

         me puede dar eso quizá acepte su regalo.



                —Solo  tú  puedes  darte  eso,  alteza  —respondió  él—.

         Pero yo puedo ofrecerte una huida.




                Abrió la mano y un trozo de papel doblado en forma de

         pájaro se escurrió del guante. Puede que la cuerda se aflojara

         un poco en las puntas de los dedos de Nilufer, pero la flecha

         no voló.



                El bandido esperó a que el pájaro se posara sobre suelo


         de piedra antes de concluir:



                —Y el señor de los bandidos, como tú lo llamas, ha oído

         tus palabras de esta noche.



                Entonces sí tembló la flecha, aunque ella la estabilizó y

         la apuntó de nuevo hacia la garganta del intruso.
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