Page 351 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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El brillo de la ojiva de la Schiaparelli llamaba a

               Sean. ¿Tal vez era únicamente gracias a su propia

               resistencia (o a la resistencia empecinada de Aus‐


               tin, Paavo y Tania) por lo que su existencia concre‐

               ta se mantenía dentro de la proyección planetaria?

               Podía alterarse, pensó, temeroso pero con una sa‐


               cudida de excitación. Podía resultar absorbida en la

               proyección,  para  convertirse  en  un  crómlech  o  en

               cualquier  otro  aparato  de  aquel  mundo  de  trans‐


               formaciones...

                      —Iré, desde luego.


                      Corvo, la urraca, bajó en vuelo rasante y, bur‐

               lona, se cagó en su túnica.







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                      —¡Hola, Austin, capitán!

                      La rampa de acceso todavía se proyectaba has‐

               ta el césped. Allí donde los cohetes principales de


               la Schiaparelli habían escupido fuego, el tiempo ha‐

               bía restaurado la hierba, distinguible por su verde


               manzana  más  intenso.  Los  soportes  de  aterrizaje

               estaban cubiertos de flores, margaritas y primave‐

               ras. Los nomeolvides crecían a la sombra como no‐


               tas  de  cielo,  y  las  enredaderas  trepaban  sobre  el

               acero.


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