Page 8 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
P. 8
cerrada. «¡Bastante bien acorazado, o así me lo fi‐
guraba!» Loquela agitó la mano en señal de despe‐
dida y corrió con agilidad sobre la hierba; sus di‐
minuto pechos blancos temblaban como lichis. Se
agachó para pasar por debajo de un seto y asustó a
un pangelín que, tras haberse hecho bola recubierta
de escamas ásperas y cortantes, asumía de nuevo la
forma cónica de un abeto. Quizá fue el miedo lo
que le hizo enrollarse sobre sí mismo, o tal vez el
nudo acababa de despertarle. Los pangelines dor‐
mían de noche, aunque como en realidad allí no se
hacía nunca de noche, tenían que conformarse con
la sombra de los setos y los matorrales.
Al pasar cerca de una zarzamora, ella arrancó
un fruto gigante ayudándose con ambas manos y
mordió las celdillas jugosas hasta que el dulce lí‐
quido le corrió barbilla abajo. Era una bebida exci‐
tante que llenó sus venas de azúcar, energía e im‐
paciencia.
Más allá, en la pradera grande, yacían algunas
víctimas. Casi todas eran peces gigantescos que
desprendían un tufo a chamuscado. ¡Qué animales
tan lentos! Lo extraño en que fuesen capaces de sa‐
lir a tierra. Pero así evolucionaban, procurando ad‐
quirir patas, o incluso alas. A veces la gente se
compadecía de ellos y los llevaba un rato en bra‐
zos. Como estaban haciendo, en aquellos momen‐
8

