Page 11 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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boca, como si le hiciera un presente de amor. Rien‐
do, Loquela se puso el sapo sobre la cabeza y echó
a andar de un lado a otro, mientras lo mantenía en
equilibrio, hasta que él consiguió colgarle la flor de
la oreja. Hecho lo cual saltó con otro «cuac» eufóri‐
co que le hizo aterrizar sobre el prado y alejarse en
una progresión de saltos decrecientes, tal una bolsi‐
ta de cuero que rebotase en la hierba como una
piedra plana lanzada al agua. Mientras jugueteaba
con la flor puesta detrás de la oreja, Loquela
aguardaba a que la torre de plata se desprendiera
de su secreto y la prendiera en él.
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En realidad, la astronave se hallaba a varios
centenares de kilómetros del punto de destino que
Paavo Kekkonen (el piloto y técnico en sistemas de
a bordo) había programado en el ordenador. En el
último instante, y demasiado tarde para suspender
la entrada en la atmósfera, la Schiaparelli había su‐
frido una deriva incontrolada, al disparársele los
reactores laterales. Fue un fallo técnico, de eso no
cabía ninguna duda. Tuvieron la sensación de que
una fuerza externa cerraba la mano sobre ellos, en
el punto donde el espacio confinaba con el aire, y
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