Page 236 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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marcas de lápiz sobre el papel. Alguien había tenido
buen cuidado de borrarlas, y en gran parte habían
quedado ilegibles como consecuencia de la mancha.
Tan sólo la «i» se asomaba bajo el manto de sangre, y
me habría pasado inadvertida si no hubiese mirado con
tanta atención los contornos de la mancha. Sin ser muy
consciente de lo que hacía, tomé un lápiz y empecé a
cubrir la mancha con trazos ligeros y homogéneos. En
apariencia, la argucia de espía que había aprendido
durante mi niñez funcionó. Al final, el rayado grisáceo
se transformó en cuatro palabras: «Vienen ya por mí».
Parecerá sorprendente y estúpido, pero en un
primer momento, en vez de preocuparme, sentí otra
emoción: los celos. ¿Acaso no era yo el primero que leía
esa crónica en nuestra sección del continuo espacio‐
temporal? ¿No gozaba del privilegio de un acceso
especial a los enigmas de los mayas, ni me correspondía
en exclusiva la honrosa tarea de guiar a mi desconocido
cliente por las selvas tropicales de Yucatán mediante
mis traducciones? El lápiz que tenía en la mano se
partió ruidosamente en dos.
Estupefacto, me contemplé el puño cerrado, que la
tensión había dejado casi de color blanco, y dejé caer los
trozos. Sólo entonces la angustia se adueñó
gradualmente de mí. No sabía quién había empezado a
traducir la relación antes que yo, pero... Ésta no lo había
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