Page 31 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Que antes de que oscureciese habíamos llegado al lugar
donde terminaba la selva. Que al salir de la selva nos
encontramos en la elevada orilla de un río desconocido, no
muy ancho, pero sí de curso muy veloz, con aguas
transparentes de color verdoso. Que la empinada cuesta de la
otra orilla conducía a terreno abierto donde tan sólo crecía
hierba rala, y en lontananza se columbraban montañas con
barrancos escarpados.
Que el señor Vasco de Aguilar y yo mismo deliberamos y
resolvimos que emprenderíamos el regreso antes de que
anocheciese, y no nos detendríamos hasta que nos
sorprendiera la penumbra. Que mientras hablábamos se oyó
en el Noreste, de dónde veníamos, un lejano estruendo que
tomamos por el disparo de un arcabuz, una señal de alarma
de los compañeros que se habían quedado con los carros. Que,
sin embargo, uno de nuestros guías trepó a un árbol para
tratar de ver lo que ocurría, y nos indicó que por el lugar de
donde venía el estruendo se acercaba una tempestad.
Que los dos indios, así como los soldados que habían
servido durante más de un año en Yucatán, se maravillaron
sobremanera, porque aún faltaban varias semanas para la
estación de las lluvias y en ese tiempo era extraño que hiciera
mal tiempo.
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