Page 26 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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esperaba con dignidad a que terminara con mis asuntos
y me entregara de nuevo a él para escuchar su relato.
Que nuestra partida, a medida que avanzábamos hacia el
sudoeste, encontraba dificultades a ojos vistas cada vez
mayores, y que los soldados, aun cuando lleváramos alimento
suficiente para todos ellos, empezaban a murmurar. Que le
pregunté a uno de ellos y me apercibí de que estaban
enterados del propósito de nuestra empresa, y que éste había
malhumorado grandemente a varios de ellos. Que tanto los
señores Vasco de Aguilar y Gerónimo Núñez de Balboa como
yo mismo nos maravillamos al oírlo, pues todos los soldados
que se habían confiado a nuestro mando estaban habituados a
tareas sumamente difíciles; entre ellos se contaban varios con
los que yo mismo había pasado a fuego aldeas rebeldes.
Que el soldado a quien interrogamos nos confesó sin
ambages que la agitación se debía a ciertos rumores de que los
dioses indios nos maldecían a todos nosotros si echábamos
mano de sus libros sagrados. Que me imaginé quiénes podían
haber esparcido los rumores, pero resolví no castigarlos de
manera inmediata, ni pedir cuentas a los murmuradores. Que
fray Joaquín se contentó con decirle que no debía temer a los
ídolos, puesto que estaban hechos tan sólo de madera o de
piedra, sino a la cólera del Señor, que golpea con su temible
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