Page 43 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Pasé las tres noches siguientes entre pralinés y
cigarrillos. Seguramente habría podido trabajar más
rápido, pero retrasé deliberadamente el día de la
entrega. Así habría más probabilidades de que el día
que fuera al despacho me esperara allí una gruesa
carpeta de cuero con un monograma dorado.
De noche, mi reflejo en la ventana recobró su
aspecto habitual. Bregué con la normativa rusa sobre
golosinas y con las cláusulas del contrato sobre la
proporción máxima autorizada de conservantes. Me
sacudía mi plúmbea fatiga a base de té negro. Echaba el
doble de lo normal en la tetera. Cuando traté de leer un
artículo de periódico sobre las víctimas del tsunami en
Asia, cuyo número ascendía ya a cientos de miles,
flotaron ante mis ojos unas letras españolas, antiguas,
adornadas con arabescos, y en el crujido quejumbroso
de mis muebles viejos y resecos me pareció oír el de las
jarcias de los mástiles de las carabelas españolas.
Mi pequeña argucia funcionó: cuando al día
siguiente llegué al despacho llevando en la mano el
producto de mi esforzada contribución a las relaciones
comerciales ruso británicas, eché una breve mirada al
empleado. No estaba, como de costumbre, sentado
frente al ordenador, ni jugaba al solitario, sino que
caminaba nervioso de un extremo a otro por el pasillo
que se hallaba tras el mostrador de recepción. La
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