Page 74 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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nubarrones. Tras ellos se dibujaban los espectrales
contornos del pálido disco solar. Eran las diez de la
mañana. Por lo general, dormía hasta las tres de la
tarde, pero ese día no me iba a ser posible. Aunque,
¿estaba tratando de convencerme a mí mismo? ¿Tenía
miedo de regresar a mi pesadilla?
Aún se arremolinaban en mi cerebro retazos
borrosos de mi mal sueño, y por eso me calcé las
zapatillas y anduve arrastrando los pies hasta la cocina,
para ver si podía alejarlos con café.
Igual que los sacrificios humanos habían sido
rituales cargados de significado para los aztecas y los
mayas, también lo había sido la taza de café de la
mañana para mi abuela. La preparaba con mucho arte.
Si una persona realiza las mismas acciones todas las
mañanas a lo largo de sesenta años, sus movimientos
acaban por transformarse en una filigrana.
En tiempos pasados, gracias a nuestra relación
amistosa con Cuba, podía tener siempre en su cuarto un
par de gigantescas latas de café, esmaltadas, una de
color beige y la otra marrón. El nombre de la marca era
6
expresivo y ciertamente cubano: Café ¡Hola! Luego, tras
6 En español en el original. (N. del t.)
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