Page 79 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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facultades para bajar por la escalera y recorrer cuatro
manzanas para ir a recoger el material. No confío en
absoluto en esos ordenadores, al contrario, abrigo cierta
hostilidad contra ellos, y contra los aparatos eléctricos
en general. Por una cuestión de principios, no me he
comprado televisor. Me basta con observar a mis
amigos para comprobar sus efectos idiotizantes. La
radio es muy distinta: no muestra imágenes y por ello
estimula la fantasía. Es más: en un piso repleto de
muebles barrocos del siglo XVIII, los ordenadores y los
televisores tendrían que arder de vergüenza por su
fealdad y corta vida. Incluso la radio de transistores de
los años setenta reacciona no pocas veces con
problemas de recepción al hallarse rodeada de tanta
magnificencia. ¿Qué podría ocurrirle entonces a un
ordenador conectado a Internet? Por otra parte, no he
aprendido nunca del todo bien a manejarlos.
Tomé una de las redacciones finales de la
traducción y la metí en la carpeta de cuero. Guardé la
otra en el archivador. Pero ya era demasiado tarde para
ir a la agencia, y por ello me quedé en casa y pasé el
anochecer en una bendita inactividad.
Leí una vez más desde el comienzo el relato de los
conquistadores. Luego hojeé de nuevo el librito de
Kümmerling, con la esperanza de encontrar alguna
pista de la existencia de ciudades abandonadas en los
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