Page 8 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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La agencia de traducción estaba escondida en las
callejas del barrio de Arbat. Se hallaba en un viejo
edificio de madera que anteriormente había albergado
una biblioteca infantil. La había visitado asiduamente
de niño, acompañado por mi abuela. Sacaba en
préstamo libros de viajes e historias sobre héroes
soviéticos en poder de los fascistas. Por ello, mis visitas
semanales a la agencia de traductores tenían un punto
de nostalgia. Como si hubiera visitado un parque de
atracciones abandonado y herrumbroso, con el
recuerdo de haberme paseado por él treinta años antes
de la mano de mis padres. El aroma de libros viejos
había impregnado el papel de las paredes y los paneles
de madera, y lograba sobreponerse al fuerte olor a
papel de oficina y al vaho dulzón que despedía el
plástico de los ordenadores. Para mí, aquel despacho
sería siempre una biblioteca infantil. Quizá por eso no
me sorprendí al sacar los papeles de la carpeta de
cuero.
A primera vista me di cuenta de que se trataba de
las páginas de un libro. No arrancadas, sino cortadas
por una mano cuidadosa, con cortes precisos, como de
cirujano. Me imaginé que una mano con un guante de
goma había seccionado con un escalpelo las páginas de
un viejo tomo abierto sobre una mesa de operaciones.
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