Page 10 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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trabajar de noche. Me acostaba al despuntar la aurora y
no me levantaba hasta después del mediodía. Tan
pronto como la luz natural dejaba de iluminar mi piso,
encendía tan sólo dos lámparas —una en el escritorio y
otra en la cocina— y me pasaba la noche entera
deambulando entre ambas. A la luz amarillenta y cálida
de la bombilla de cuarenta vatios se pensaba mejor. El
resplandor del día, por el contrario, me perforaba los
ojos y me vaciaba el cráneo. Entonces no lograba
retener ni un solo pensamiento. Parecía que se hubieran
quedado en alguna otra parte y que aguardaran hasta el
ocaso.
Si me había pasado la noche inmerso en el trabajo,
solía acostarme a las cinco de la mañana. Corría las
gruesas cortinas para impedir la entrada de los
primeros rayos de sol, me metía bajo el edredón y me
dormía en seguida.
Últimamente había tenido varios sueños extraños:
por algún motivo se me aparecía siempre mi amado
perro, que había muerto hacía diez años. En el sueño,
por supuesto, no se veía ningún indicio de su muerte, y
se comportaba como un animal vivo, totalmente
normal. Y eso significaba que tenía que sacarlo a pasear.
Durante esos paseos solía dejarme atrás —incluso
mientras vivió, no tuve jamás por costumbre sujetarlo
con la correa, salvo, como mucho, para cruzar la calle—,
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