Page 159 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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importaba.


                   A unos cincuenta metros de la acera había una


            zona  abierta  junto  a  un  oscuro  y  rústico  edificio.


            Contenía un café y una taberna alemana, junto a la


            cual  se  veían  unas  cuantas  mesas  y  sillas  para


            comer y beber al aire libre. Scott se abrió paso entre


            ellas hasta que divisó el lago. Entonces se sentó en



            la áspera superficie de un banco.


                   Contempló  sombríamente  el  lago.  Trató  de


            imaginarse  a  sí  mismo  hundiéndose  en  él  para


            siempre.  ¿Acaso  era  tan  absurdo?  Ya  le  estaba


            ocurriendo  lo  mismo.  No,  llegaría  al  fondo  y


            aquello sería el fin de todo.


                   Se estaba ahogando de otra manera.


                   Se habían trasladado a la casa del lago hacía seis


            semanas,  porque  Scott  se  sentía  atrapado  en  el



            apartamento.  Si  salía,  la  gente  le  observaba  sin


            disimulo.  Con  sólo  una  semana  y  media  de


            aparecer  en  la  serie  del  Globe—Post,  se  había


            convertido  en  una  celebridad  nacional.  Seguía


            recibiendo                   proposiciones                       para             exhibirse


            personalmente.                       Los           periodistas                 golpeaban


            continuamente a su puerta.



                   Pero  en  general  era  la  gente  ordinaria,  los


            curiosos, los mirones, los que querían ver al hombre


            menguante  y  pensar:  «Gracias,  Dios  mío,  por  ser


            normal».






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