Page 157 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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estrépito, sino que únicamente entró con un crujido


            en el marco.


                   No  miró  atrás.  Se  dirigió  manzana  abajo,  con


            rápidas  y  agitadas  zancadas,  hacia  el  lago.  Debía


            estar a unos diez metros de la casa cuando la puerta


            volvió a abrirse.


                   —¡Scott!



                   No               pensaba                     contestar.                    Después,


            malhumoradamente, se detuvo y habló por encima


            del hombro.


                   —¿Qué? —preguntó, con ganas de llorar al oír


            el agudo e ineficaz sonido de su voz.


                   Ella titubeó un momento y después preguntó:


                   —¿Quieres que vaya contigo?


                   —No —dijo él.


                   No          sintió          ni       cólera            ni       desesperación.



            Permaneció un momento allí, mirando hacia atrás a


            su  pesar,  y  preguntándose  si  ella  insistiría  en


            acompañarle. Pero ella no hizo ningún movimiento


            y se quedó en el umbral.


                   —Ten cuidado, cariño —dijo.


                   Él  tuvo  que ahogar el sollozo que amenazaba


            con  escapársele.  Dando  media  vuelta,  siguió



            bajando apresuradamente la oscura calle. No la oyó


            cerrar la puerta.


                   «Esto es el fin», pensó, «el fin de todo. No hay


            nada  peor  para  un  hombre  que  convertirse  en






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