Page 177 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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aterrizaba en el frío suelo del sótano.
Se sentó en el primer escalón, tratando de
recobrar el aliento. El escalón estaba frío y húmedo.
Lo notó a través de los pantalones. Pero él se sentía
demasiado aturdido y débil para levantarse.
Su respiración no se normalizaba. Su pecho
continuaba subiendo y bajando espasmódicamente
mientras los pulmones luchaban por obtener un
poco de aire. La garganta le ardía. La punzada era
muy aguda, como si tuviera un puñal clavado en el
costado. Le dolía la cabeza. El paladar le escocía y
la sangre seguía cayendo sobre sus labios. Tenía
calambres en los músculos de las piernas, debidos
al frío del sótano. Estaba sudoroso y temblaba.
Empezó a llorar.
No era el llanto de un hombre, no eran los
sollozos desesperados de un hombre. Era un niño,
sentado en la fría y húmeda oscuridad, herido y
asustado y llorando porque en el mundo no había
esperanza para él: había sido vencido, y se
encontraba perdido en un lugar extraño y
desagradable.
Más tarde, cuando se creyó a salvo, fue cojeando
hasta su casa, helado hasta los huesos. Una Lou
asustada y llorosa le metió en la cama. Le preguntó
una y otra vez lo que había ocurrido, pero él no se
lo dijo. Se limitó a menear la cabeza una y otra vez,
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