Page 302 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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desplomaban después sobre él, como copos de
nieve. Al llegar al suelo, se partió en tres pedazos,
que saltaron una vez, rodaron un poco y se cayeron
sobre sus respectivos lados. Allí. Ya estaba. Había
realizado la difícil ascensión, obtenido el pan que
quería, y ya estaba hecho.
Se volvió para contemplar de nuevo el desierto.
¿Por qué, entonces, seguía la tensión adueñada
de su cuerpo? ¿Por qué no abandonaba su
estómago aquel nudo de fría angustia? Estaba a
salvo. La araña no se encontraba por los
alrededores: ni detrás de los troncos, de las piedras,
de los trozos de cartón, ni detrás de los botes de
pintura. Estaba a salvo.
Entonces, ¿por qué no se decidía a bajar?
Permaneció inmóvil en el lugar donde se
encontraba, con la mirada fija en las vastas
extensiones del desierto tenuemente iluminado,
oyendo los latidos cada vez más rápidos de su
corazón, que parecía decirle la verdad, enviándola
por los canales neurales hasta el cerebro, golpeando
sus puertas y sus paredes, para recordarle que no
sólo había subido allí para coger el pan, sino
también para matar a la araña.
La lanza se escapó de sus manos y cayó
ruidosamente al suelo de cemento. Empezó a
temblar, pues ya sabía a qué atenerse acerca de la
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