Page 308 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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Subió las escaleras y se dirigió a su dormitorio. Allí
abrió el último cajón del pequeño tocador y,
después de meter en él el anillo, lo cerró
nuevamente.
Después se sentó en el borde de la cama, con la
vista clavada en el secreter, pensando en el anillo;
pensando que era como si hubiese acarreado las
raíces de su matrimonio durante todos aquellos
meses, y como si en aquel momento las raíces
hubieran sido finalmente arrancadas para ser
guardadas en el cajón del pequeño tocador. Y el
matrimonio, por medio de aquel acto, quedaba
formalmente acabado.
Beth le había llevado una muñeca aquella
misma tarde. La puso en el porche y la dejó allí. Él
hizo caso omiso de ella durante todo el día; pero
entonces, siguiendo un impulso, bajó a la planta y
cogió la muñeca, sentada en el primer escalón con
un conjunto playero de color azul.
—¿Tienes frío? —le preguntó al cogerla en
brazos. Ella no tuvo nada que decir.
La llevó al piso superior y la acostó en la cama.
Los ojos de la muñeca se cerraron.
—No, no te duermas —le dijo. Logró sentarla
después de doblarla por la juntura del cuerpo y las
largas, duras e inflexibles piernas—. Así —dijo. Ella
siguió mirándole fijamente con sus relucientes ojos
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