Page 309 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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que nunca parpadeaban.
—Llevas un traje muy bonito —dijo. Alargó la
mano y le acarició el pelo de fibra—. ¿Quién te
peina? —preguntó. Ella permaneció rígidamente
sentada, con las piernas separadas y los brazos
ligeramente alzados, como si se dispusiera a dar un
abrazo.
Le acarició el duro y minúsculo pecho. Se le
cayó el sostén.
—¿Por qué llevas sostén? —preguntó él, como
si intentara justificarse. Ella seguía mirándole
fijamente—. Tienes las pestañas de celuloide… —
dijo, con una total carencia de tacto—. No tienes
orejas —añadió. Ella siguió mirándole—. Tienes el
pecho plano —le dijo.
Entonces le pidió disculpas por haber sido tan
brusco y siguió contándole la historia de su vida.
Ella se mantuvo pacientemente sentada en el
dormitorio a media luz, contemplándole con sus
azules ojos cristalinos que no parpadeaban y una
boquita roja perpetuamente entreabierta, como
dispuesta a dar un beso que nunca llegaba.
Un poco más tarde, la acostó en la cama y se
tendió junto a ella. La muñeca se durmió
instantáneamente. Él la puso de lado, y sus ojos
azules se abrieron y le miraron. Volvió a acostarla
de espaldas y sus ojos se cerraron.
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