Page 326 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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La quietud de la muerte se cernía sobre ella.


                   Era casi de noche. Tenía que bajar del precipicio


            antes de que oscureciera totalmente. Suspirando de


            cansancio, se puso en pie y se acercó a la araña. Le


            repugnaba  tener  que  aproximarse  a  su  cuerpo


            sanguinolento, pero debía recuperar el gancho.


                   Cuando finalmente lo hubo logrado, se internó



            por el desierto dando tumbos y arrastró tras sí el


            gancho para que la arena lo limpiara.


                   «Bueno, ya está hecho», pensó. Las noches de


            terror  habían  finalizado.  Ahora  ya podría  dormir


            sin la tapa de la caja, dormir libre y en paz. Una


            sonrisa  cansada  distendió  su  tensa  expresión.  Sí,


            había  valido  la  pena.  Ahora  le  parecía  que  todo


            valía la pena.


                   En el borde del precipicio, clavó con fuerza el



            gancho  en  la  madera.  Después,  con  extrema


            lentitud a causa del cansancio, se incorporó, ató el


            hilo y atravesó el brazo de la silla. Tenía un largo


            descenso  por  delante.  Volvió  a  sonreír.  No


            importaba; lo haría.


                   Cuando  se  encontraba  suspendido  en  el  aire,


            encima de la silla inferior, el gancho se rompió.



                   Al  instante  siguiente  volaba  por  los  aires,


            describiendo  lentas  volteretas.  Para  él  fue  una


            impresión tan enorme, que no pudo exhalar ningún


            sonido.  Tenía  el  cerebro  embotado.  La  única






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