Page 325 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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dejarla  morir,  pero  no  lo  hizo.  Por  alguna  razón


            fantástica  basada  en  sus  antiguos  principios  de


            moralidad,  se  compadeció  de  la  araña  y  quiso


            abreviar su sufrimiento. Penetró cautelosamente en


            su círculo de reclusión. Con un violento esfuerzo


            final, la araña volvió a saltar.


                   El extremo de la lanza atravesó su cuerpo y la



            araña  se  desplomó,  sacudida  por  horribles


            estremecimientos,  mientras  cerraba  las  venenosas


            mandíbulas  a  escasos  centímetros  del  cuerpo  de


            Scott. Después se quedó inmóvil en el centro de un


            charco de sangre. Estaba muerta.


                   Scott  se  alejó  tambaleándose  y  se  derrumbó


            sobre la arena, inconsciente. El último sonido que


            recordó  fue  el  lento  y  horroroso  rasgueo  de  las


            patas de la araña… muerta, pero no quieta.



                   Se  desperezó  con  lentitud,  abrió  las  manos  y


            cogió un puñado de arena. Un gemido sacudió su


            pecho; dio media vuelta hasta quedar tendido de


            espaldas. Abrió los ojos.


                   ¿Había sido un sueño? Respiró profundamente


            durante  un  minuto;  después,  con  un  gruñido,  se


            incorporó.



                   No había sido ningún sueño. A pocos metros de


            él yacía el cuerpo de la araña, semejante a una gran


            piedra  muerta,  y  con  las  patas  parecidas  a


            inmóviles pértigas dobladas en todas direcciones.






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