Page 66 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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Se sorprendió al oír el temblor de su propia voz.
Ella se llevó rápidamente las manos a las mejillas y,
en sus ojos, vio que acababa de comprender.
—¡Oh!, amor mío —dijo ella, inclinándose hacia
él.
Sus cálidos labios se apretaron contra los suyos.
Él se mantuvo inmóvil. La caricia, el tono de voz y
el beso… no eran la caricia, el tono y el beso
apasionado de una mujer que correspondía al
deseo de su marido. Eran los sonidos y caricias de
una mujer que sólo sentía una amorosa lástima
hacia la pobre criatura que la deseaba.
Apartó la cara.
—Cariño, no hagas eso —suplicó ella,
cogiéndole la mano—. ¿Cómo iba a saberlo? Hace
más de dos meses que no hay entre nosotros
ninguna demostración de amor; ni un beso, ni un
abrazo, ni…
—No había tiempo para ello —repuso él.
—Pero ésta es precisamente la cuestión —dijo
ella—. ¿Cómo no iba a sorprenderme? ¿Acaso es
tan raro?
Su garganta se contrajo con un ruido seco.
—Supongo que sí —dijo, con voz apenas
audible.
—¡Oh!, cariño. —Le dio un beso en una mano—
. No hables como si yo… te hubiese rechazado.
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