Page 71 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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un  problema  de  difícil  solución.  Se  limpió  las


            lágrimas.


                   —Toma —murmuró él, alargándole un pañuelo


            del bolsillo de su bata. Ella lo cogió sin una palabra


            y lo apretó contra sus húmedas mejillas.


                   —Lo siento —dijo.


                   —No tienes por qué —repuso él—. Yo sí. Me he



            enfadado porque me sentía tonto y… estúpido.


                   Y ahora, pensó, se inclinaba en otra dirección,


            hacia  el  autocastigo,  hacia  el  martirio  de  la


            indulgencia  para  consigo  mismo.  Una  mente


            trastornada era capaz de muchos giros.


                   —No —ella le apretó brevemente los dedos—.


            Yo no tenía derecho… —dejó la frase sin acabar—.


            Trataré de ser más comprensiva.


                   Durante un momento, su mirada se posó en la



            tira  de  piel  más  blanca,  donde  había  estado  su


            alianza. Después, con un suspiro, se levantó.


                   —Voy a acostarme —dijo.


                   La vio atravesar la habitación y desaparecer en


            el pasillo. Oyó sus pasos, y después el chasquido


            del cerrojo de la puerta del baño. Con movimientos


            lentos se puso en pie y entró en el dormitorio.



                   Se acostó en la oscuridad, y se quedó mirando


            al techo.


                   Los poetas y filósofos podían hablar todo lo que


            quisieran acerca de que el hombre era algo más que






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