Page 73 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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estremecer.
—¡Oh, cariño!
Se sintió rodeado por sus brazos, y de pronto
notó el calor de su cuerpo envuelto en seda junto al
suyo. Los labios de ella se posaron ávidamente
sobre los suyos, y sus dedos se clavaron como
garras en su espalda, provocándole un hormigueo
helado en la piel.
Y de repente sintió que el deseo volvía a
adueñarse de su cuerpo con inusitada violencia.
Sus manos se deslizaron por la ardiente piel de ella,
asiéndola y acariciándola. Su boca se estremecía
bajo la de ella. La oscuridad cobró vida, una oscura
aureola de calor se cernió sobre sus apretados
cuerpos. Las palabras habían huido; la
comunicación se había convertido en algo hecho de
vacilantes presiones, algo que sentían en la sangre,
algo dulcemente impetuoso. Las palabras no eran
necesarias. Sus cuerpos hablaban un idioma más
seguro.
Y cuando todo terminó ―demasiado pronto―,
y la noche volvió a descender sobre su mente, se
durmió, satisfecho, en el cálido círculo de sus
brazos. Y durante aquella noche tuvo paz y olvido.
Sólo él.
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