Page 742 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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Vista desde las murallas del Campamento Viejo, la
naturaleza era terrorífica. Al este, en aquel año de sequía,
el Rin relucía encogido. Los germanos lo atravesaban con
facilidad, mientras que las naves de suministros con
destino a los campamentos en su ribera izquierda a
menudo encallaban y, antes de poder escapar, caían en
manos enemigas. Era como si los mismos ríos, las
antiguas defensas del Imperio, desertasen de Roma. Allí
al otro lado, donde el bosque se elevaba de la planicie, las
hojas resecas se teñían de ocre y caían. Las granjas habían
estado marchitas hasta que la guerra las había convertido
no en barro, sino en polvo para el cielo cegador, para teñir
de gris las cenizas y restos de las casas.
Ahora esa tierra traía una nueva cosecha nacida de
dientes de dragón: una horda bárbara. Grandes hombres
rubios agitaban emblemas sacados de arboledas sagradas
y ritos sangrientos, postes o palos con cráneos o burdos
dibujos de osos, verracos, bisontes, toros, alces, venados,
gatos monteses, lobos. La luz de la puesta de sol se
reflejaba en la punta de las lanzas, los escudos reforzados,
algún casco ocasional, rara vez una cota o una coraza
tomada de un legionario muerto. Casi ninguno llevaba
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