Page 199 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 199
La penúltima verdad Philip K. Dick 199
‐¿Entonces por qué te quedas aquí, escondido entre
ruinas, en vez de ir a chapotear en la piscina de una de
esas maravillas arquitectónicas? ‐preguntó Blair.
El interpelado gruñó e hizo un ademán vago.
‐Es que... no sé, me gusta ser libre.
Nadie hizo el menor comentario; no fue necesario.
Pero había otro tema que sí parecía requerir más
comentarios, y fue el mismo Blair quien lo sacó a colación.
Volviéndose a Nicholas, le espetó:
‐La verdad es que no lo entiendo, Nick. ¿Cómo pudo
Talbot Yancy salvarte, si Talbot Yancy no existe?
Nicholas dio la callada por respuesta. Se sentía
demasiado cansado para hablar.
Y, por otra parte, tampoco lo sabía.
16
La primera y gigantesca excavadora automática tosió
como un viejo asmático. Y cuando hundió su monstruosa
pala en la tierra, levantando su cola de escorpión, recogió
una enorme cantidad de tierra, para luego levantarla y
echarla a un lado, al interior de un convertidor ya
dispuesto al efecto, asimismo autónomo y que
funcionaba sincronizadamente, sin necesitar vigilancia de
ningún operario humano. En aquella máquina la tierra se
transformaba en energía, y dicha energía, era
199

