Page 224 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 224
La máquina se alejó sobre sus ruedecitas de la cama
donde yacía el muerto; detectó la presencia de los robots
apostados frente a la puerta del dormitorio, que
aguardaban en el corredor, y de los robots situados al pie
de la ventana. Había robots en todas partes, desplegados
con la mayor precisión. La máquina entonces volvió a
entrar en la sala contigua al dormitorio, la primera que
había cruzado. Se detuvo allí como si se le hubiese
olvidado algo, y dejó caer una gota de sangre sobre la
alfombra. Luego giró sobre sí misma, se dirigió a un lado,
luego a otro, y finalmente todos los interruptores
accionados por el reloj se cerraron cuando el circuito
principal aceptó lo irremisible de la situación: todas las
salidas estaban vigiladas y no le quedaba ninguna
escapatoria. Entonces se puso en marcha la fase final de
su programa, prevista para casos de emergencia.
Una vez más, la caja de plástico que albergaba los
componentes de la máquina se calentó, se ablandó y
adquirió una nueva forma. Esta vez fue la de un
vulgarísimo... televisor portátil, con su asa, su pantalla e
incluso la antena en forma de V.
Bajo esta forma, la máquina quedó completamente
inerte; todas las partes activas de su anatomía electrónica
quedaron definitivamente desactivadas.
Ya nada quedaba por hacer; aquello era el fin. Una
oscilación neurótica entre dos impulsos opuestos ‐el
tropismo de huida y el tropismo de camuflaje‐ había sido
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