Page 219 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 219
verticalmente por medio de sus ventosas hasta llegar al
techo de la habitación.
Transcurrió un intervalo de tiempo durante el cual la
máquina permaneció inmóvil al menos a juzgar por su
aspecto externo. Pero en su interior se conectaban y
desconectaban interruptores y relés. Por último, una cinta
con película de óxido de hierro se desenrolló ante una
cabeza de grabación; a través de un sistema de audio, una
corriente pasó de un transformador a un altavoz y la
máquina dijo de pronto en voz baja pero bien audible:
«¡Maldita sea!» Una vez usada, la cinta cayó dentro de un
depósito de latón de la máquina, donde se autodestruyó.
La máquina, rodando de nuevo sobre sus pequeñas
ruedas de caucho, se puso en movimiento, orientándose
otra vez como un murciélago por medio de sus ondas de
radar. A su derecha halló una mesa baja. La máquina se
detuvo ante ella y en su interior volvieron a conectarse y
desconectarse interruptores y relés. Y entonces la
máquina alargó un pseudópodo, cuyo extremo se apoyó
con fuerza sobre el borde de la mesa, como, si alguien
hubiera tratado involuntariamente de aliviarse de un
peso excesivo, tomándose un breve descanso antes de
continuar. Y esto fue lo que hizo entonces,
cuidadosamente. Porque su tropismo final, o sea, el
hombre, ya no estaba lejos. El hombre dormía en la
habitación contigua; la máquina había detectado el
sonido de su respiración y el calor que emitía su cuerpo.
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