Page 29 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 29
misma inflexibilidad le impediría admitir que aquel
golpe fuese mortal. Y, sin embargo...
«Nos han vencido ‐se dijo Nicholas‐. Y ni siquiera tú,
Talbot Yancy, nuestro jefe supremo político y militar, que
tienes arrestos suficientes como para vivir en la
superficie, encastillado en tu fortaleza de las Montañas
Rocosas, ni siquiera tú, buen amigo mío, podrás reparar
este daño irremediable».
‐Norteamericanos todos ‐resonó la voz de Yancy, sin el
menor asomo de desaliento. Nicholas parpadeó,
admirado ante la entereza que demostraba aquel hombre.
Yancy apareció impertérrito, fiel a la férrea disciplina que
le habían inculcado en West Point; lo tenía todo en cuenta,
lo admitía y se hacía cargo de ello perfectamente; pero
ninguna emoción era capaz de hacer vacilar su mente
razonadora y fría.
‐Acabáis de ver ‐continuó Yancy en voz baja y serena,
propia de un hombre maduro, de un soldado veterano de
cuerpo derecho como una lanza, mente clara y vigilante
que aún podría mantenerse en perfecto estado durante
años... ¡Qué diferente del pobre moribundo que había
dejado en el lecho de la clínica, al cuidado de Carol!‐.
Acabáis de ver, repito, una cosa terrible. Nada queda de
Detroit y, como sabéis, sus factorías automáticas nos
suministraban grandes cantidades de material de guerra.
Ya no podemos contar con ellas. Pero no se ha perdido ni
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