Page 58 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 58

La penúltima verdad                           Philip K. Dick   58


              ‐¿Quieres  decir  a  tamaño  natural? ‐dijo  Adams,

           incrédulo‐. ¿Y Brose ha dado el visto bueno a eso? Espero


           que no sea otra idea delirante de Eisenbludt...

              ‐Sólo una parte de la ciudad: Nob Hill, desde donde se

           dominaba  la  bahía.  Tardaremos  cosa  de  un  mes  en


           construirlo; no hay prisa. Por cierto, anoche pasaron esa

           secuencia de Detroit.

              Lindblom parecía aliviado. A decir verdad, como jefe


           maquetista  podía  quedar  tranquilo.  Los  hombres  con

           ideas  ciertamente  no  abundaban,  pero  lo  que  es  los

           maquetistas... ésos formaban un gremio cerrado en donde


           ni  siquiera  Brose  y  sus  agentes  podían  penetrar.  Eran

           como los antiguos constructores de vitrales en Francia: si


           desaparecieran, se perdería con ellos el secreto de su arte.

              ‐¿Quieres oír mi último discurso?

              ‐No, gracias ‐dijo Lindblom con ironía.


              ‐Lo  he  escrito  a  mano ‐prosiguió  Adams  fingiendo

           modestia‐. Mandé al infierno aquel condenado aparato: al


           fin acabaría por hablar como él.

              ‐Oye ‐le interrumpió Lindblom, hablando con repentina

           seriedad‐.  He  oído  un  rumor.  Dejarás  de  escribir


           discursos y te pondrán a trabajar en un proyecto especial.

           No me preguntes cuál es; mi informante no me lo dijo. ‐Y

           añadió‐: Era un agente de Foote.


              ‐¡Hum...!

              Adams  trató  de  mantener  la  calma,  de  mostrarse

           flemático.  Pero  interiormente  se  sentía  intranquilo.  Era




                                                                                                              58
   53   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63