Page 59 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 59
La penúltima verdad Philip K. Dick 59
indudable, puesto que aquello iba a tener prioridad sobre
su trabajo normal, que la orden había partido de las
oficinas de Brose. Ni éste ni sus proyectos especiales le
hacían mucha gracia. Aunque, ¡vaya usted a saber... !
‐Es algo que te gustará, sin duda ‐prosiguió Lindblom‐.
Tiene que ver con la arqueología.
Adams sonrió e hizo un chiste malo:
‐Ya sé. Los misiles soviéticos destruirán Cartago.
‐Sí, y tendrás que programar a Héctor, a Príamo y a toda
esa gente. Tendrás que releer a Sófocles para ponerte al
día.
‐Amigos míos ‐dijo Adams con voz solemne, haciendo
una parodia burlona‐, tengo graves noticias para
vosotros, pero venceremos. El nuevo proyectil balístico
intercontinental soviético A‐3, con ojiva de cobalto, ha
sembrado de sal común radiactiva una zona de ochenta
kilómetros cuadrados alrededor de Cartago, pero esto
sólo significa que... ‐se interrumpió‐. ¿Qué producía
Cartago, en materia de artículos fabricados en serie?
¿Ánforas? De todos modos, aquello era trabajo de
Lindblom. La exhibición de alfarería, captada por el
sistema de lentes múltiples de las cámaras de televisión
que manejaba Eisenbludt en sus colosales e intrincados
estudios de Moscú, abarrotados de atrezzo de todas clases,
sería algo soberbia‐. Esto, mis queridos amigos, es todo
cuanto queda, pero el General Holt me comunica que
nuestro propio ataque, mediante nuestra novísima arma
59

