Page 61 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 61
Ozymandias los majestuosos edificios erigidos por aquel
activo constructor, Louis Runcible. La había levantado
con su gigantesco ejército de hormigas mecánicas que, en
su marcha, no destruían con sus mandíbulas sino que
levantaban, con múltiples brazos de metal, una titánica
estructura cupular que albergaba campos de juego
infantiles, piscinas, mesas de ping‐pong y tablas para el
juego de los dardos.
Vosotros conoceréis la verdad, pensó Adams, y ella os
hará esclavos. O como habría dicho Yancy:
«Norteamericanos todos: tengo ante mí un documento
tan sagrado e importante que voy a pediros que... » y así
sucesivamente. Entonces se sintió cansado, a pesar de que
ni siquiera había llegado al 580 de la Quinta Avenida en
Nueva York y a la Agencia, ni había comenzado su
jornada de trabajo. Cuando se hallaba a solas en su
mansión del Pacífico sentía insinuarse la espesa niebla de
la soledad, que aumentaba día y noche amenazando con
ahogarle. Allí, mientras sobrevolaba las zonas
reconstruidas y las que aún no lo habían sido pero pronto
lo serían ‐y, por supuesto, los lugares aún «calientes» que
aparecían como calveros de vez en cuando‐, experimentó
también aquella desazón y aquella vergüenza. Le
abrasaba un sentimiento de culpabilidad, no porque el
reconstruir fuese malo, sino... porque todo era malo, y él
sabía perfectamente lo que era todo, y quién era el
causante.
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