Page 101 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 101
‐Me descubro ante usted. Es un gran discurso.
Casi se había dejado prender por las palabras
pronunciadas por el simulacro del Protector Talbot
Yancy; habían sido dichas con entonación absolutamente
exacta, acompañándolas de los gestos adecuados a
medida que de sus labios artificiales salía el texto
corregido y mejorado por el Megavac 6‐V, a partir de la
versión original que había recibido. Aunque podía ver
con sus propios ojos el Megavac 6‐V, si bien su
funcionamiento era invisible, sentía la fascinación del
texto que la gigantesca computadora comunicaba al
simulacro. En realidad, notaba contemplar la auténtica
energía que animaba al muñeco completamente artificial
sentado a la mesa de roble con la bandera de las barras y
estrellas a su espalda. Era algo que casi ponía los pelos de
punta, se dijo.
Pero un buen discurso es siempre un buen discurso,
quienquiera que sea el que lo pronuncia. Cuando un niño
de la escuela recita a Tom Paine, eso no disminuye el
valor del texto; con la ventaja, en el caso presente, de que
el recitador no se equivocaba, ni tartamudeaba ni
pronunciaba mal las palabras.
El Megavac y el ejército de técnicos que lo atendían ya
cuidaban que eso no ocurriese.
«Y nosotros también ‐pensó‐. Sabemos perfectamente lo
que hacemos».
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