Page 225 - El largo viaje a un pequeño planeta iracundo - Becky Chambers
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horas anteriores, supuso que no podía ser tan
repulsivo. O quizá a ella no le importaba lo más
mínimo el revoltijo peludo y larguirucho. Aquello
también le servía.
—¿Tienes hambre? —preguntó Pei, aunque no movió
la boca. Como todos los aeluones, su «voz» era un
sonido computerizado que provenía de una fonocaja
incrustada en la base de la garganta. Controlaba la
fonocaja de forma neuronal, un proceso que le
gustaba comparar con pensar palabras al escribir. Los
aeluones no tenían sentido auditivo natural, y no
tenían necesidad de un idioma verbal propio. Entre
ellos se comunicaban con el color; en concreto, con
parches iridiscentes en las mejillas que brillaban y
fluctuaban como el reflejo en una burbuja. Pero
cuando empezaron a interactuar con otras especies, la
comunicación verbal se volvió una necesidad, y
entonces llegaron las fonocajas.
—Estoy famélico —respondió Ashby. Sabía que, al
hablar, el sonido que salía de su garganta lo recogía el
implante parecido a una joya que tenía ella en la
frente. Ya que su cerebro no tenía modo de procesar
el sonido, el implante traducía las palabras en una
entrada neuronal que pudiera comprender. No
acababa de entender cómo funcionaba, pero podía
decir lo mismo de la mayor parte de la tecnología.
Funcionaba. Era todo lo que necesitaba saber—. ¿Tu
habitación o la mía? —preguntó. Era otra parte de su
procedimiento operativo estándar: asegurarse de que
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