Page 126 - Limbo - Bernard Wolfe
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nos enredamos con la anticipación. No sabemos



            lo que hacemos ni a dónde vamos. Practicamos


            una especie de ceremonial mágico. Tenemos que


            confesarlo:  ejecutamos  la  terapia  más  por


            nosotros  mismos,  por  el  pueblo,  que  por  el


            paciente.



                  Por  supuesto,  podía  darse  una  respuesta


            simple  a  este  tipo  de  razonamiento:  el  cerebro


            resultante  de  una  tal  terapéutica  era  el  cerebro


            que el pueblo consideraba sano. El pueblo definía


            una  mente  sana  como  aquella  que  carece  de


            imaginación, de viveza, de egoísmo, aquella que


            tiene  disimulada  toda  intensidad  emocional,


            aquella  que  no  produce  mucha  tonicidad,  ni



            orgasmos, ni sexualidad.


                  En  realidad  era  una  respuesta  demasiado


            simple. Y sin ninguna base excepto la creencia de


            que el cerebro definido como sano era, de hecho,



            el cerebro considerado localmente como normal.


            Otros  pueblos  definían  el  cerebro  normal  de


            manera  muy  distinta, y  cada  uno  de  ellos  creía


            que su concepción era sinónimo de salud mental.


            No  podían  estar  todos  de  acuerdo.  Alguien  al


            menos tenía que tener más razón que los demás.


            O estar menos equivocado.



                  ¿Acaso  las  desviaciones  de  las  normales


                                                                                                      126
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