Page 586 - Limbo - Bernard Wolfe
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por las ventanillas y tratar de identificar en una



            fracción de segundo las imprecisas masas negras


            que  pasaban  por  su  lado  en  una  avalancha  de


            paisaje.



                  Se maravilló ante el cerebro electrónico —en


            realidad, sospechaba, un dispositivo de los más


            sencillos— que mantenía al coche en su camino


            sin  desviarse  y  regulaba  la  velocidad  a  cada


            curva.  Como  le  había  explicado  el  empleado,  y


            como  podía  ver  ahora  por  sí  mismo,  todo  el


            sistema  de  robo‐conducción  dependía  de  la


            sucesión de finos rayos de luz, como agujas, que


            atravesaban la carretera a intervalos regulares a



            unos pocos centímetros del pavimento, surgiendo


            de achaparrados mojones de cemento situados a


            un  lado  de  la  carretera.  En  el  lado  derecho  del


            coche  había  un  mecanismo  fotoeléctrico  que


            interceptaba esos rayos y transmitía sus mensajes


            al cerebro robot, de modo que en realidad el robot


            estaba recibiendo instrucciones de cómo conducir



            el coche cada centenar de metros. Eran esos rayos


            quienes le decían al conductor automático cuándo


            se estaba desviando unos pocos centímetros a la


            izquierda o a la derecha; cuándo debía reducir su


            velocidad  un  par  de  kilómetros  por  hora  o


            aumentarla ligeramente; cuándo había otro coche



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