Page 637 - Limbo - Bernard Wolfe
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comida, a menudo culinarios; muchas veces se
había quejado de que ella era una mala cocinera.
Era probable, sugirió su analista, que hubiera
necesitado por esposa a una cocinera y a una
compañera de cama tan terrible únicamente para
poder aferrarse al mito de los pasteles de
chocolate deseados y nunca concedidos: había en
el mundo mujeres capaces de hornear
maravillosos pasteles de chocolate y que jamás
pensarían que hubiera nada malo en ofrecérselos
a él. Ahí estaba Ooda, por ejemplo. Sí. Pero
también había huido un poco de Ooda. ¿Por qué?
Porque, incluso en las mejores circunstancias,
tenía que seguir manteniendo una pequeña
ficción intermitente de que cada mujer, sin
importar cuánto le ofreciese, tenía que venir hacia
él con una aguja en vez de con las golosinas
ofrecidas. ¿Era eso cierto? ¿Que cada parte
albergaba en su falsa suavidad un puño, una
apisonadora? ¿Que, incluso en las mejores
circunstancias, un hombre tenía que mantenerse
firme como una montaña? Porque cada retroceder
ayudaba a crear la aguja, el puño, la apisonadora.
Para rechazar sutilmente a Ooda, incluso en los
momentos en que la mujer se entregaba
totalmente, había una técnica infaliblemente
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